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Paco Tobar García: Una vida perimetral.

  • Foto del escritor: Ramiro Aguilar
    Ramiro Aguilar
  • 16 may 2017
  • 4 Min. de lectura

En la historia del Ecuador hay personajes importantes que pusieron todo para ser lo que fueron y llegaron hasta donde el destino y sus fuerzas les llevaron. Sin embargo, hay dos hombres que pudieron ser mucho más de lo que fueron pero no les dio la gana de serlo. Hablo de Carlos Julio Arosemena Monroy (abogado y político) y del escritor Francisco Tobar García.

Paco Tobar García nació en Quito en 1928, fue hijo del Dr. Julio Tobar Donoso, Canciller de la República en el gobierno de Carlos Arroyo del Río y firmante del Protocolo de Río de Janeiro. La leyenda convirtió a Julio Tobar Donoso en el personaje que permitió, con fu firma, la pérdida de la mitad del territorio nacional. Este hecho marcó la obra y la vida de Paco Tobar.

Paco fue inteligente y culto. L' enfant terrible de su generación. Cínico, casi perverso, no encontró mejor territorio para batirse con la sociedad que estigmatizó a su padre que la poesía y el teatro. Allí, implacable, hizo añicos a Quito ciudad a la que llamó "ciudad maldita", describiendo la proverbial hipocresía e ignorancia de su gente.

Fue un escritor comprendido solamente en su ironía.

Su intención de dar nuevos aires al teatro ecuatoriano no tuvo éxito, en sus propias palabras, porque: "... no podía tenerlo quien pretende romper con todas las convenciones teatrales cuando el público ignora lo que son las convenciones". Sus obras quedaron en "los ojos vacíos de la gente".

Corría el año 1969. En el escenario Margarita Crespo en el papel de Carmen llevando a escena "En los ojos vacíos de la gente", con los ojos fijos en el público recitaba: "¡No confundas amor con un antiguo deseo de morir...ven a mi lecho! / Este calor exiguo como un fuego que muere entre mis pechos, ¿es un presentimiento? Yo estoy sola en la playa sin nadie como una ola que se deshace en el inútil llanto. /Eternidad de mi quebranto... llorar, llorar la muerte siempre esquiva y sentir a la muerte, si estoy viva y morir de deseo cuando nada me importa como un río de sangre que la aorta anuncia el estallido! /No confundas amor con el perdido anhelo de cerrar estos ojos al cielo y de callar...silencio que me envuelve y se eterniza como envuelve a la llama la ceniza y a nuestra vida el mar. ¡Oh Dios mío! Este grito que me ahoga y la mirada ciega que interroga .../pobre mujer en tu inquietud de rea en esta vida fea, vahando sin saber qué es el amor... y seguir con desgano hacia ninguna parte vestida sólo por la luna mientras tiembla el paisaje en derredor. ¡No existe nada, más que engaño! El día es la noche... yo vivo mi agonía y me acompaña siempre mi dolor...y dicen que fui hecha a semejanza de Dios...sólo me queda la espera de recoger la luz, regada bajo el lecho donde te amo... entonces, a quien clamo, a quien rezo, si no estás en la cruz? Perdóname, estoy ciega y estoy sola con mi verdad...vengo a morir como se muere una ola en esta playa de la eternidad.

La audiencia cruzó miradas y aplaudió, era de rigor hacerlo en una obra de teatro; no obstante, cada diálogo dolía muy dentro, como si el escritor se las hubiera tomado con cada uno de los presentes. El público salía comentando lo interesante de la obra de Tobar, su vanguardismo; mas, entre dientes, criticaría sin piedad al loco, borracho, irresponsable y mujeriego del Tobar.

Sí, Tobar fue un borracho colosal, y lo explicaba diciendo: "...evidentemente mi borrachera es una forma de expresar la ecuatorianidad que me agobia".

Encontró mujeres que quisieron envenenar su cuerpo triste y terminaron envenenando su alma. Cada una le arrancó recuerdos; y algunas le pasearon uncido al carro de su respectiva vanidad. Mujeres enloquecidas que buscaban agua para lavar su cuerpo pero que nunca lograron enjabonar el alma que les hedía por las noches. Mujeres a las que solamente importó la inmunda ambición (Ebrio de Eternidad).

"El sexo y la música, mis pasiones", decía Paco Tobar, "son divinidades a las que no se suele dar el culto exigido, adecuado. El deseo, sometido a leyes arbitrarias, pierde magia, la pureza rara del instinto y se convierte en una conducta racional. Sobrevienen, poco después, la ansiedad, los celos, la culpa y finalmente el desobligo". (El Ocio Incesante).

Buscó el camino del exilio y se fue a comprar cigarrillos en Madrid. Cuando su paradero se hizo público, el Servicio Exterior ecuatoriano lo acogió para recordarle que de la burguesía no escapa nadie. Allí, en medio de la parafernalia propia del quehacer, se secó su escritura

De Madrid al infierno; o sea a Puerto Príncipe.

Ya viejo, regresó al Ecuador donde pocos quisieron saber de él. Tobar nunca perdonó a la que él llamaba la ciudad maldita; y ésta lo castigó doblemente olvidando por completo a él y a su obra. En medio de rencores antiguos, se fue a epilogar su vida en Guayaquil .

Un día, en un comedero de menestras, "Calixta" hizo su entrada triunfal, al verla, pensó el viejo Tobar: " Si no es posible tapar el sol con un dedo sí que podemos hacerlo con el trasero universal de esta dama bendita, negrísima". Inmediatamente supo que encontró su refugio final.

A ella dedicó estos versos:

"Porque estamos muriendo juntos,

no queremos recuerdos.

El pasado es engaño repetido

para seguir dudando,

como si el cuerpo no nos cautivara.

Amo tu cuerpo, sombra,

y tú me necesitas. Nos buscamos.

De todas las mujeres

solo contigo tuve compañía.

Tu fuiste una única mujer

después de todas las mujeres;

más nunca me exigiste que te diera

pedazos míos. No nos desgarramos.

Ni tu dejaste de ser tú,

ni yo cambié..".

Apóstata travieso; lector incansable; escritor con armadura de condotiero; poeta sin izquierdas; en suma, un niño grande que ajustó cuentas, a su modo, con la ciudad a la que odió como se odia una traición. Ciudad que retó a duelo todos los días de su vida. Pudo ser un grande de las letras ecuatorianas y fue solamente buen poeta; buen dramaturgo; diplomático; y, un extravagante protagonista de anécdotas. Murió en 1997.

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