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2070: SONATA FUTURA PARA TRES VOCES Y UN VIEJO

  • Ramiro Aguilar Torres
  • 14 mar 2018
  • 4 Min. de lectura

Los sensores se activan y la puerta se abre. Entra un hombre moreno, alto, todavía erguido a pesar de sus setenta años. Hierático. Apoya su caminar en un bastón. En la sala le esperan sus hermanos. Una señora de casi ochenta años; y un hombre de la misma edad del recién llegado. En el centro de la sala un aparato generador de hologramas proyecta un concierto de la Orquesta Sinfónica de Nueva York. Un robot se pasea con algo de jamón y queso Lo único no automatizado es el vino, cuya botella de tinto se encuentra en la mesa junto a tres copas.

La mujer se levanta apenas ve al recién llegado. ¡Negrito!, le dice. Te estábamos esperando. Hasta el Cabezón llegó antes; y eso es algo fuera de lo común.

El hombre tarda en contestar. Pasea la mirada por el departamento, sonríe, se acerca a su hermana y le da un beso en la mejilla; para luego estrechar la mano de su hermano que no se levanta y la estira algo desdeñoso quejándose de algún nuevo achaque.

- Siéntate Negrito. ¿Te Ofrezco un vino?

- Gracias, ya me lo sirvo, dice; y toma la botella calmadamente. Vierte el tinto en la copa que coge de la mesa.

- Hace mucho tiempo que no nos veíamos, dice ella.

- Bueno, dejen de ser dramáticos, dice el hombre sentado. Mejor disfruten de la vista. Pocas veces se puede ver a Quito desde el piso 30 de un edificio como este.

- ¡Ay Cabezón! Siempre refunfuñando. No nos hemos visto en cinco años y de verdad me alegra que esta tarde estemos los tres hermanos juntos. ¿Quieres que cambiemos de música?

- Por mi está bien...

Todos viven en países distintos y se han reunido en Quito convocados por la hermana mayor. No hay motivo especial, les dijo. Solo las ganas de volver al Ecuador y poner flores a la sombra del árbol dónde reposan los restos de mamá.

Siempre fue un poco mandona y pocos días después de la vídeo llamada estuvieron listos los pasajes y las reservas de hotel. No fue fácil convencer a las familias de sus hermanos para que les dejaran viajar solos desde Chicago y Río de Janeiro. Ellos, que durante años habían sido empedernidos viajeros, ahora dependían de la aquiescencia de sus hijos para volar solos. No obstante, la hermana mayor fue imperativa: Vengan solos. Seremos solo los tres. Yo volaré desde París unos días antes y rentaré habitaciones en un hotel donde seremos atenidos y cuidados con prolijidad de geriátrico, se rió.

Una vez acomodados y un día antes de visitar el Jardín donde se encontraban las cenizas de su madre, quedaron en cenar esa noche.

- ¿Cabezón? ¿Negrito? ¿Qué ordenamos para cenar?

- Yo prefiero un bife de chorizo término medio y una ensalada de lechuga, palmito, cebolla, tomate y si pides aguacate, sería perfecto.

- Comiendo eso no vas a dormir en cuatro días le dijo su hermana. Deberías comer solamente ensalada.

- He cenado carne durante setenta y dos años; así que no creo que muera esta noche dijo el segundo de los hermanos alzando su copa de tinto en señal inequívoca de brindis por la vida.

- ¿Y tú Negrito, qué vas a comer?

- ...Un salmón ahumado con ensalada, estará bien.

- Yo ordenaré unos crepés de espinaca. A mis ochenta años, hay que cuidar el sueño, dijo la mujer.

El Cabezón soltó una de las suyas: Lo que pasa es que ya no tienen dientes para comer carne. Los míos están perfectos. Todos rieron.

La velada siguió y se habló de todo. Sus familias; jubilaciones; música -donde los tres siempre tuvieron gustos disímiles-; libros. Eludieron hablar del pasado; del pasado prehistórico como lo llamaba su hermana. A pesar de su edad, ellos eran reacios a echarse a andar por los andurriales de un tiempo ya ido y del que, para decir la verdad, ni se acordaban bien.

Al día siguiente todo estuvo listo a las diez de la mañana. Transporte y flores. La hermana mayor no perdía, pese a su edad, el perfeccionismo de la diplomacia. Aunque tarde, Quito se había sumado al micro transporte aéreo que en su juventud ni siquiera soñaron posible. Se acomodaron en el vehículo y en pocos minutos llegaron al Jardín donde descansaba, desde hace muchísimos años su madre. Educados en el laicismo, las flores fueron depositadas con solemnidad. Si alguno de ellos oró, lo hizo para sí y en silencio.

- ¿Todavía te afecta Cabezón? le dijo la hermana abrazándolo, cuando el segundo de los hermanos, lloraba en silencio.

El Negro, con la voz quebrada, trató de recomponer la figura diciendo algo que era escrupulosamente cierto:

- Él llora desde los veinte años hasta por la muerte de Camilo Ponce, que ocurrió como 30 años antes de que naciera.

La hermana los volvió a abrazar y les dijo a Mamá no le habría gustado vernos viejos y llorones. ¡Alegría veteranos! ¡No lo hemos hecho nada mal!

La hermana iba adelante y los dos hermanos atrás. Súbitamente, el hombre moreno comenzó a musitar unos versos:

Atento a las enseñanzas de la vida,

creaste tu propio catecismo del cariño.

El éxito de tu feliz doctrina

llevó al Eterno a convocarte a su presencia.

“Requiero”, te dijo, “que guíes con amor

a quienes dejan con miedo la existencia.

-- Te has hecho poeta, le dijo el Cabezón riéndose y dándole una palmada en la espalda.

-- No son mis versos, dijo en voz muy queda, casi inaudible para su hermana.

- ¿Son del Viejo?

- Si.

- A ver supera esto Negro, dijo el Cabezón en el mismo tono de voz:

Rondando tu falda

intuyo lecciones desconocidas.

Escucho melodías infinitas,

cantos de provocación y audacia.

Quemo mis naves.

Mi lengua se

hace sabia,

habla con tu cuerpo,

sin decir palabra.

- ¿Son del Viejo también? preguntó el Negro; y la respuesta fue otro clásico del Cabezón.

- No me acuerdo ni del Himno Nacional y recuerdo algunos versos del Viejo que me han sido útiles alguna que otra vez.

Rieron.

La hermana se detuvo a esperarles. Ellos cambiaron de conversación. Sabían que pese a los años, había un tema que no se podía tratar entre los tres; y tampoco hacía mucha falta. A sus edades, del Viejo quedaban en la memoria de sus dos hijos varones, imágines difusas y algunos de sus versos. Como si ambos comprendieran que en el año 2070 era asombroso que incluso esto recordaran, sin decirlo expresamente, volvieron a reír.


 
 
 

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